Marchita el alma, triste el pensamiento,
mustia la faz y herido el corazón,
atravesando la existencia mísera,
sin esperanza,
sin esperanza de alcanzar su amor.
Yo quise hablarle y decirle mucho, mucho,
pero al intentarlo, mi labio enmudeció.
Nada le dije, porque nada pude,
pues era de otro,
pues era de otro, ¡ay! su corazón.